Siempre he visto la ciudad de México como un bello paraíso templado con cultura, tradiciones, actitud, personalidad y vida.
Esa mañana la ciudad era un infierno, si, un infierno frío.
Tenia un trabajo excelente, eso de ser desempleado esta muy de moda, también una bellísima relación de amor y pasional con nadie.
Pero bueno, estoy hablando mucho de mi........
Y de mi no es esta historia.
Irene escuchó de su abuelo desde pequeña muchas historias sorprendentes y mágicas acerca del mar.
Era muy niña y su abuelo paterno la sentaba en sus piernas y le platicaba de sus años como marinero en aquella base naval en pie de la cuesta.
Muchas de las historias giraban alrededor de su abuela paterna, del como se enamoraron en aquel puerto paradisiaco de playas doradas y de magia en cada calle y casa y gente.
El abuelo contaba en una de tantas repeticiones de tarde.
-Era una tarde en el viejo zócalo, la vi, caminaba sin rumbo de la mano de un helado de coco, su cabello quebrado a media espalda era la brisa misma de la bahia, sus pasos descalsos hacian juego perfecto con el par de sandalias colgando de su brazo.
Piel de cobre y ojos de aceituna perdidos en los árboles de mango de mas de cien años, era Mayo, el calor le pegaba su huipil fajado de la cintura con una pañoleta de seda amarilla a cada uno de sus poros, el sudor de su espalda humectaba su cintura y sus caderas se sincronizaban con la marea y el oleaje que se escuchaba bajito a lo lejos.
No me miró, su sonrisa como la brisa me acaricio de lado, el motivo perfecto fué haber derramada sobre mi uniforme de gala esa mirada. Aceitunada, perfumada de parpadeos coquetos, libres, alegres.
Su estampa entera se entrego a la música de fondo de la orquesta de la marina, se paseaba por sus piernas un ritmo sensual, delicioso con ternura y fuerza.
Ahí la conocí, donde la realidad acaba y empiezan los sueños, donde se estrenan sensaciones con aromas a el horizonte del Pacifico.
Pasaron los otoños e Irene sentada en la tumba de sus abuelos recordaba sus histórias.
Llegó a casa y en el altar de muertos se presentaban los mas deliciosos platillos culinarios, mucho mole, arroz, guisados y en un rinconcito un helado de coco.
Ya eran veinte Noviembre de aquella última história que Irene escuchó de su abuelo, otros diez años pasaron y la niña pasó de una adolescencia muy feliz a una juventud repleta de perdidas y periodos, etapas de muchas nadas.
También los años dejaron un fuerte olvido al mar. Las noches pasaron de histórias fantástica y entrañables en ir a dormir cansada pero sin soñar.
En un Marzo.
Las cinco de la mañana y una bruma de humo y neblina inundaban la estación del tren, Irene tenia pensado viajar a ver a sus padres que vivian en Querétaro.
El murmullo de la gente nacía y moría después de cada paso, las vendímias de atole, café y tamales eran un suspiro de intenciones para dejar de tener esa hambre mañanera.
La mujer se armó de una guajolota y un arroz de leche para llevar comiedo parte del camino.
El bajío al amanecer y en tren es un sueño, Irene recordó tantas mañanas de la mano de su abuela viajando a Querétaro, una paleta de limón y un dulce de chilacayote en conserva.
El sueño y el sibato del tren sorprendieron a Irene.
La estación simplemente no era la de Querétaro, alzó la media mirada y se leía clarito " Buena vista" México.
Las contadas veces que Irene había estado en la capital habian sido muy simplonas, dos veces llegó en autobús y una o dos veces en automóvil, no recordaba, habian sido situaciones muy olvidables.
Irene caminaba por Buena vista y sostenía todavía en su mano derecha un enorme bostezo, fué cuándo justo enfrente de su camino ese enorme cartel con palmeras y una playa de pié de cuesta invitaban a visitar Acapulco.
Irene no conocía el mar.
Salió corriendo de la estación de Buena vista y tomo un taxi.
- ¿En donde salen los autobuses que van para Acapulco?
-- En Taxqueña, contestó el taxista extrañado.
Llegó a la terminal de autobuses de Taxqueña con el deseo en la punta de los dedos de los pies, corriendo la interrumpió un teléfono público.
Llamo a sus padres y les contó donde estaba.
- ¡Me voy para Acapulco!
Los padres de Irene callaron por unos segundos y el padre le contestó.
- Hija, ya estas grandecita, ve y encuentra lo que buscas, tus abuelos me llevaron de niño y fueron buenos momentos.
Irene pidió su boleto y para las Once de la noche salía el autobus con dirección hacia el puerto.
Irene, morena clara, ojos miel y cabello negro azabache, alta de piernas generosas, cuello alto y delgado, muy buena estampa, estudiante trunca de la carrera de derecho internacional, buena cocinando y excelente conversadora, agradable, guapa y muy gris desde hace ya unos años.
No conocía el mar.
Las seis y media de la mañana vestian de cuesta de sol el parque del Veladero.
La mañana arropaba unos veintidos grados centígrados (22°C) y la terminal de la estrella de oro parecia un teatro medio vacío, la gente murmuraba la llegada al puerto turístico mas bello y conocido del mundo.
Irene bajó del autobus como una niña, su mirada era curiosa y muy sorprendida, la terminal de autobuses era una carta fuerte para empezar una nueva historia.
Recordaba de su abuelo la hubicación perfecta del parque Papagayo a unos cientos de metros de ahí.
Como si Acapulco fuera su lugar de residencia, tomo camino por avenida Cuahutemoc dirección Norte, mientras las siete y tantos de la mañana la perseguían con ese calorcito rico de la mañana.
vestida de jeans azules y una blusa gris perla que se quitó para quedar con una camiseta de algodón roja, la mujer llegó a la gran fuente en forma de piñata que adorna la entrada Oriente del parque.
A esa hora hay mucha gente en ropa deportiva, caminando, trotando o haciendo rutinas de acondicionamiento físico.
Era la sombra de un enorme árbol de mango floreando, el mes de Noviembre se estaba acabando y las citas en el parque eran un auténtico día de campo, ella llevaba postres y el algo de tomar y botanas.
En esa ocación el abuelo de Irene llegó tarde, la muchacha esperaba ya veinte minutos en la misma banca, en silencio el se sentó a su lado y le dijo.
- Perdón por llegar tarde.
Ella contestó con una breve sonrisa de no pasa nada.
- No te fijes.
El fué directo.
- Mi padres ya no pueden trabajar la tierra y hace horas recibí un telegráma.
El telegrama breve fué muy difícil de leer para los dos.
"Tu papá muy enfermo, el ganado mal, la cosecha se perdió."
El marinero amaba el mar su carrera de las fuerzas armadas y sobre todo a su novia.
Con la mirada al frente le confió a la mujer.
- Me daré de baja y aunque el mar, la marina y tu son mi vida, tengo que ir a cumplir con mi familia, lo que mando no alcanza y no puedo dejar solos a mis hermanos. Ven conmigo, el bajío es hermoso y contigo ahí lo será más. Quiero que seas mi mujer, ya casi pierdo el mar y mi carrera militar y no te quiero perder.
Irene no dejaba de buscar una banca debajo de un gran árbol de mango.
Eran las nueve de la mañana, Irene se aferraba a una Yoli en embase de vidrio, en la banca tenía unos mangos con salsa búfalo y trocitos de coco con sal de grano y limón, era la misma banca, la misma compañia y el tiempo no pasa, el tiempo sigue.
Irene encontró una salida en la parte Norte del parque, hizo la parada a un taxi bocho blanco con azul y pidió la llevara al zócalo.
Los taxis carácteristicos en Acapulco son bochos sedan pintados de color azul rey con blanco, en realidad son una combinación de colores horrenda pero la gente ya los tienen identificados.
El taxista le preguntó.
- ¿Por la costera o por aquí?
Ella respodió.
- Por donde sea mas rápido.
El taxista no tuvo otra que llevarla por Av. Cuahutemoc ya que a esa hora de la mañana el tráfico es menos pesado de Sur a Norte.
El taxi la dejó en la entrada al viejo ayuntamiento enfrente de la catedral.
A cada paso crecía su emoción.
El zócalo de Acapulco es muy pequeño, los turítas casi no lo visitan, no saben que existe, sus visitantes son locales y visitantes que van a tramitar algunos papeles al H. ayuntamiento.
Hay lugares que se descubren caminando e Irene redescubría Acapulco en cada paso un recuerdo y en cada recuerdo una realidad.
La catedral de Acapulco dedicada a nuestra señora de la soledad, austera, simple, sencilla, blanca, abarrotada de sombras de viejos árboles que la hacen parecer un tanto invisible.
Entró a la catedral con pasos lentos, los rumores de todos los templos del país parecian murmullos y la atmosfera era muy clara, iluminada de la luz de las diez de la mañana.
Irene se sentó en una de las bancas de hasta atrás.
Sus abuelos entraron juntos a la catedral de Acapulco no necesaríamente para escuchar misa de doce, el abuelo sonreía y la abuela tenía una expresión en el rostro muy suave, relajada.
Su abuelo acentó.
- Es momento perfecto para decirtelo, hoy en la mañana me aceptaron la baja de la Armada de México, tengo días para dejar todo en orden ¿Ya lo pensaste? Quiero que te vallas conmigo, casarme contigo y que me acompañes toda la vida, voy a trabajar muy duro y te juro que regresaremos al puerto.
Su abuela de padre acapulqueño y madre gringa, hija de padres divorciados y con residencia en casa del padre.
La relación con su madre desapareció hace una adolescencia con una distancia del idioma y de país a país.
De padre celoso y un poco machista, tenía algo de liberal pero solo para los hombres.
En una plática de sobre mesa, platicó con su padre.
- Conocí a un marinero, en el zócalo, mmmmm. salgo con el.
- El papá de la abuela siguió mirando el diario y a modo de broma le respondió.
- No vallas a terminar de lanchera hija.
Ella soltó una gran carcajada y la sostuvo por todo el día, hasta que se lo contó al abuelo, el se llevó la sonrisa a la base naval.
Irene recordó esa história y por un segundo pudo ver a sus abuelos tomados de la mano sentados en la que pudo haber sido la misma banca.
Desaforada salió de la catedral y buscó esa nevería donde su abuela encontraba los helados de coco, el calor de las once de la mañana pedía a chorros un delicioso helado de coco.
"Este país nace todas las mañanas a las once am." eran palabras de su abuela a la hora del almuerzo.
Nunca un helado de coco habia sido tan difícil de encontrar hasta que apareció el letrero de helados-------- .
La abuela de Irene entró a la pequeña terraza en la calle de Coahuila en la colonia Progreso, la cual regalaba una vista panorámica del puerto de Acapulco, su padre por las tardes se sentaba en una silla tejida y disfrutaba de la vista y de las puestas de sol, era un gran acontecimiento familiar ver llegar los cargueros y yates del jetset que navegaban por la bahia.
La mujer se sentó en un banquito y le comentó a su padre.
- Me voy con el, se va a dar de baja y viviremos en el Bajio.
Su padre interrumpió la maravillosa vista del puerto y duramente miró a su hija, con palabras duras le respondió.
- Hija, dios sabe que eres prestada, nunca ibas a vivir aquí conmigo para toda la vida, creo que te eduqué muy bien y si llegó la hora de volar no me opondré, solo con una condición.
Ella miró a su padre como nunca antes y respondió con una mirada,
- Lo que sea.
Su padre terminó diciendo.
- Quiero que el marinerito venga y el me pida a mi hija como ella se lo merece.
Irene dió tres vueltas al zócalo de Acapulco y como su abuela se acompañó de un delicioso helado de coco con chispas de chocolate de la Michoacana.
Miró a la gente, sus ropas, su forma de caminar, escuchó su manera de hablar y su abuela la porteña, la costeña como mucha gente le decía, la acapulqueña la tomó de la mano como cuado era niña y escuchó lo que nunca, era un sonido relajante pero con mucha fuerza, energía que venía del otro lado de la avenida costera Miguel Alemán.
Instintivamente volteo y acudió al llamado de sus recuerdos de infancia, ese sonido a brisa de mar y a oleaje suave la embriagaba y la poseía, poco a poco abandonó el zócalo y del panorama sombrío de mangos y amates fue descubriendo de a chupadas de helado de coco el malecón y el puerto mas bello y conocido del mundo.
Irene conoció el mar.
El Malecón de Acapulco a las doce del día es fantástico y exótico, lo dorado de las aguas de su bahía son motivos suficientes para hipnotizar a cualquiera, simplemente es paradisíaco.
Irene no sabia que hacer ni que pensar simplemente echó a reír y soltó en llanto mientras todos sus sentidos estaban llenos de la bahía mas bella del mundo, nunca había escuchado el sonido del mar, solo tenia los relatos de su abuelo y por mas que se quisiera simplemente el sonido del chapaleo de las olas y del viento son en Acapulco espectaculares.
No tenía mas que hacer una mirada panorámica una y otra vez, los colores del mediodía, los sonidos, el aroma a sal, pescado, el aroma a mar, las embarcaciones y la gente de otros países caminando con el sol de sombrero por las diferentes plazoletas y grandes banquetas blancas a un costado de la costera.
El Sotavento, el barco mas famoso y conocido del Acapulco de sus abuelos, se mecía y se paseaba por la bahía, los abuelos de Irene tomados de la mano vestidos con ropa de lino y descalzos caminaban por el malecón en un iluminado medio día.
Los padres viejos de su abuelo acudieron para pedir a la muchacha del puerto.
Ella, recibió a los señores del Bajío con un gran abrazo de mediodía en playa Condesa.
Los padres de su abuelo fueron al puerto a pedir a una nueva hija con todo un mundo diferente de costumbres y estilo de vida.
Irene tomo rumbo al Fuerte de San Diego, el puente blanco de arquitectura entre mediterránea y latinoamericana simula un barco haciendo homenaje y recuerdo al Anao de China y al Marqués los mas importantes navíos de todo América latina que sirvieron de puente comercial entre Asia y América.
Sus pasos eran entre nubes y sueños, a cada momento, instante que Irene respiraba, miraba en la costera de Acapulco ella se maravillaba mucho mas, no podía dejar de enamorarse del mar, de la bahía de su encanto y de los colores, a veces su ojos se perdían en el horizonte del océano y por primera vez en su vida se preguntaba ¿Qué había mas allá?
La casa de la gringa como era conocida en la colonia Progreso parecía esa tarde algo distinta, los vecinos vieron a gente con ropas muy de otro lado y acento distinto, esa tarde el abuelo de Irene en compañía de sus padres fueron a pedir a la acapulqueña hija de la gringa y del costeño, el clic fue mutuo, era el inicio de una verdadera fusión entre dos familias, los bisabuelos de Irene se cayeron muy bien, fue una amistad que les duro todas sus vidas, los casi esposos no podían creer que sus padres se caerían tan de maravilla.
Irene una mujer soltera y entre joven y madura seguía fiel miente los consejos de sus padres y abuelos, no era desconfiada mas bien era muy realista, a cada pretendiente lo trataba como igual, y aunque sufrió algunas decepciones amorosas muy fuertes nunca olvidó el consejo que muy seguido le recitaba su abuela.
“Hija, al hombre al que de verdad ames, a ese si dejalo entrar hasta tus ovarios a dejar fruto”
Decidió caminar toda la costera, no importando el sol ni el calor de esa Primavera, aunque el hambre aterrizaba justo al pasar por “el Buzo” restauran a la orilla del mar donde se pueden comer los platillos de esa zona y de ese lugar, alimentos para todos los paladares.
Después de unas enchiladas placeras y un vaso de agua de jamaica con un dulce e tamarindo como postre, Irene salio a seguir disfrutando de l playa, se quitó los tenis y toco la arena con sus pies descalzos, el mar parecía una gran laguna, extrañamente no tenía mucha marea y el sonido de su tenue oleaje era muy relajante.
Al seguir por su camino ella fue recogiendo sus fragmentos olvidados con el tiempo, la orilla del mar regresó a un montón de instantes que estaban revueltos y guardados en lo mas recóndito de sus sentidos, Irene guardo todo en el cofre de sus deseos y decidió ya por fin echarlos a la realidad poco a poco con las llaves de su vida-
Ellas valla que sabia disfrutar esos instantes sola en esos momentos no necesitaba a alguien mas sabia perfectamente que sus abuelos estaban con ella, eran los momentos que le faltaba pasar con ellos por que en realidad uno no necesariamente tiene que estar físicamente con la persona para estar acompañado de ella, lo que si es que un buen y bello recuerdo pegan mucho mas que una compañía a secas.
Las horas siguieron volando por la playa Tamarindos, ella seguía enamorándose y conociéndose con el mar y la bahía, jugaba con la arena e intentaba fabricar castillos de arena con la mente para que las olas del mar los derrumbaran, también construía sueños y proyectos, mágicamente Irene estaba con las horas recobrando la sensibilidad que hace años no tenia, las sensaciones fueron bastas y el éxtasis no terminaría esa tarde.
El crepúsculo se anunciaba con unas nubes naranja y un cielo turquesa lleno de brisa y de un tenue oleaje revuelto con entrañables recuerdos y sueños cumplidos y por realizar, esa tarde casi noche Irene disfruto una de las puestas de sol mas bellas de su vida y muy significativa en las playas de Acapulco.
Hay viajes inesperados donde te puedes reencontrar contigo mismo y con las personas que se han ido y que jamás regresaran mas que en un bonito recuerdo, pero eso no significa que estés solo y menos es un pretexto para que te sientas igual, hay detalles que te regala la vida como continuación a lo que se quedo pendiente y si logras detectarlos y mas que eso disfrutarlos y darles el valor que se merecen, tal vez un instante como ese ya no regrese pero seguro que vendrá, muchos mas, doblemente bellos e intensos por que de lo que se trata la vida es de disfrutarla a cada momento entre penas y contratiempos, amarguras y tropiezos que también te son muy útiles en su momento para disfrutar aún mas y mas de los momentos felices.
Irene después de conocer el mar, regresó al bajío y se recostó en el mismo sillón donde su abuelo le contaba historias y susurrando le dijo.
Abuelo, déjame que te cuente.
Germán Diego.
México.
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