Zara la partera sudaba a chorros empujando bien fuerte el vientre de Celia la hija de enmedio de Rufina la Pandora.
Era el sexto parto exitoso de Celia, la sexta niña.
Unos minutos antes el sexto "marido" de Celia se habia ido, un jornalero que aparentemente buscaba el niño, no la niña.
Ya le habian advertido a Lito el Mar azul que Celia paría puras viejas pero a el le ganaron sus noches de pasión a la orilla del mar.
Quedaron solas puras ellas, la Pandora, Celia, Zara y la recien nacida.
Rufina la Pandora con ese humor cargado de ironía, dolor e inteligencia explotó.
- Se largo el pinche enano del Mar azul, te lo dije hija, ese hombre se iba a rajar si era vieja. Te lo dije.
Zara la partera agregó.
- En cuanto le dije, niña se dio la vuelta y se perdió en la bruma del manglar.
Terminó Rufina
-Nunca entenderé a esos que se dicen muy hombres y cuando su mujer pare una niña se vuelven putos y se van.
Celia ya tenia cinco niñas, la mayor Paola, la segunda Marta, la tercera Patricia, la cuarta Veronica y la quinta Rosa.
Al nacer la sexta niña en un parto difícil y muy tardado Celia no dejó de mirar un viejo calendario con una imágen de la virgen de Guadalupe.
- Se va llamar Lupita, Guadalupe.
Pensó mientras medio desmayada escuchaba entre sueños a sus niñas jugando en la calle.
Paola la mayor una niña casi mujer, responsable, muy inteligente, noble, estricta.
Amaneció vestida de rojo, solo eso le faltaba el mero día en que su mamá también despertó queriendose aliviar, no se asustó tanto ya que su maestra de secundaria ya les habia hablado en una clase de todo el período que pasa por una mujer en su primera vez de regla.
Marta una niña gordita insufrible, inquieta pero bien invisible, por mas que se hacía notar no podía llenar su propio espacio.
Patricia mucho mas invisible, callada, pasiva, pensativa, noble, posesiva con sus cosas, esa niña era lectora de puro gusto, siempre traía algo que leer.
Veronica, inquieta, cariñosa, dificil, amigable, chillona, siempre sigue a su hermana la mayora.
Rosa era la mas pequeña, la mas mimada y protegida, al hablar chipilona, muy valiente y fuerte, dominante.
Las nietas de Rufina la Pandora ahora eran seis.
Hace cincuenta años, un cura llegó al pueblo, era letrado y muy culto, se podría decir "muy drástico y léxico" conoció a Rufina, una niña muy especial, de muchas personalidades, el padre la rebautizó como "la Pandora" por ser siempre una caja de sorpresas, hija única, de tantas historias y mitos, huerfana del bautizo y de la primera comunión hasta que llegó aquel sacerdote que vió en la pequeña niña, una mujer de esas que nacen cada siglo para cambiar al mundo.
En realidad la sociedad de ese pequeño pueblo costeño todavía no estaba preparada para que una mujer cambiara el mundo o mejor dicho, su mundo.
Rufina, salió de casa de Zara y se sentó en una piedra de amolar en el corredor, siempre empantalonada sacó un puro casero hecho por ella misma y lo prendió de un golpe, mientras fumaba veía a sus nietas jugar a los encantados en plena calle.
De una de las bolsas traseras de su pantalón de gabardina, tomo un libro de cuentos cortos de varios autores, se concentró en la lectura mientras recordaba entre pausas de cambio de página lo feliz de su niñez mientras escuchaba a sus nietas jugar en la calle.
Conocia perfectamente la personalidad de cada una de sus cinco nietas pero le intrigaba mucho la sexta niña y esque a cada una de ellas las amaba por el echo de ver siempre algo o mucho de ella en las chamacas.
Se acercó a ella Paola y directamente le preguntó.
- Abuela ¿Que fué?
Rufina le miró fijamente entre tierna y cansada, feliz y contenta. Respondiendole.
- Niña.
Paola esbozó una sonrisa inocente y sincera, dió media vuelta y dos pasos, pausó todo y regresó con su abuela para decirle.
- Hoy me bajó.
Rufina la miró directamente a los ojos le sonrió y le propinó un enorme y cálido abrazo, mientras recitaba.
- Eres y serás una chingona mija y esto es solo el comienzo de una vida llena de chingaderas y pendejadas pero de pequeños momentos tan felices que la vida valdrá la pena en cada caída y en cada vez que te levantes pero en especial cada que aprendas algo.
Paola lloró y abrazó a su abuela, le dijo que si con la cabeza y se sentó junto a ella.
Marta y patricia peleaban mucho, todo el tiempo, por cualquier cosa.
A Rufina le divertía muchísimo que esas dos siempre anduvieran de la greña.
Le recordaban esas guerras internas entre ella misma, teniéndose que aguantar y reconciliar todas las noches y mañanas.
Aveces duraba brava con ella misma meses enteros.
Dieron las nueve de la mañana y el hambre hacia alboroto por dentro de los estomaguitos de las niñas, la Pandora corto de un árbol unos guajes y mando a Paola por kilo y medio de tortillas, cortó cinco limones de limonero en casa de sara y en un huaje de seis litros de agua preparó agua de limón bronca, sin azúcar.
Las nietas de la Pandora desayunaron ese día tacos de guajes con sal y agua de limón, las caritas contentas del Veronica y Rosa encendían las nueve y media de la mañana, ya casi dormidas su abuela, su gran amiga les cantó algunas canciones de Cri-cri y quedaron dormidas con con una sonrisa cálida y satisfecha.
El único enigma para Rufina la Pandora fueron siempre los hombres, nunca pudo entenderlos ni descifrarlos, vivia con tantas interrogantes que le era difícil aveces concentrarse en los días y peor en las noches.
Pasaba por enmedio de la calle la una de la tarde, Zara le entregó a su hija y a su nieta, no hubo ni mula, ni carreta ni nada.
A pie se fueron a casa por esa ligera pendiente de calle estéril pisada por pies pequeños descalzos llenos de nubes y de sueños.
La casa de Celia era parte de un matriarcado muy bien estructurado ya que en un gran terreno en lo alto de una loma bonita donde no se perdían detalle de nada, utilizado como punto de referencia para mucha gente en ese domicilio emanaba la luz de la vida.
Eran las tres de la tarde del hambre, el viento de ese instante se confundía con tantas ganas de muchas cosas, las voces revueltas en forma de murmullos se percibían solo de cerquita, la recién nacida estaba dormida y las mujeres preparaban la comida, un guajolote gordo y joven que Rufina habia escogido para la ocasión.
La vida mas que nunca habitaba esa casa tan llena de abandonos y de falta de fe, la vida ahora, se pasea por el corredor enorme de los sueños de las niñas.
Las seis de la tarde tocó a la puerta en forma de remanso y de terraplén, las tías de las niñas así como llegaron se fueron, simplemente fueron a confirmar la noticia.
Si, fué niña.
A las nueve de la noche, donde pasan tantas cosas en cualquier parte de la humanidad, las cinco niñas dormitaban y dormían en un colchón individual que no era nuevo pero que todavía conservaban el hule de protección que Celía habia decidido dejarle ya que la rosa era bien miona, tanto que aveces hasta de a tres orinadas se echaba dejando bien calientitas a sus demas hermanas.
Rufina la Pandora recostada en la silla mecedora del corredor de su casa, contenta, aliviada, fumando y viendo las estrellas vió a lo lejos una sombra pequeña que poco a poco se acercaba, no agudizó la vista ya que ver sombras a lo lejos era algo común.
La sombra se empezó a hacer figura y hombre, reconoció la silueta y su expreción después de levantarse de la silla mecedora fué.
- Que chingaos...
Se apresuró a llegar a la casa de Celia pero la persona se le adelantó.
Apunto de estallar, alcanzó a ver por la ventana al Mar azul con dos bolsas, habia ido por ropita para bebe rosa, buscó en todo el puerto y le llevó a su hija lo mejor en utencilios para bebe.
En la otra bolsa traía su ropa y sus papeles para desde ahí empezar una nueva vida al lado de Celia.
Flora la Pandora miró a su hija Celia y al Mar azul abrazados observando a Guadalupe.
Germán Diego. México.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario